Todos pasamos por situaciones complicadas y difíciles, en la mayoría de las cuales tenemos que tomar decisiones Y quisiéramos tomar decisiones, sin equivocarnos.
Nuestro creador quiere que tomemos las mejores decisiones para nosotros pues él tiene panorama global para que así sea, conoce todo sobre todas las cosas Y entonces lo obvio, hay que preguntarle a Dios ¿Y cómo escuchar su respuesta?
Muchas personas no escuchan la voz de Dios porque no saben que Dios habla a cada persona. Pero en general no habla con una voz audible por los oídos, sino a nuestro corazón.
Y nuestro crecimiento espiritual y el avance en nuestra conversión dependen de aprender a reconocer la voz de Dios que nos está hablando.
Dios quiere vernos como niños, un niño de hasta de 4 meses confía tanto en su madre que su vibración solo alcanza 3 mgers, una persona normal puede tener una vibración de 30 mgers y según análisis científicos una persona engolfada en la oración puede llegar a 3 mgers.
Por eso Jesús dice sed como niños les dice a los discípulos “mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Juan 10: 27).
para escuchar la voz de Dios, cuando nos habla el primer prerrequisito es acallar el ruido en nuestra mente y nuestro corazón, serenarnos y no dejar que el miedo nos domine. Luego, levantar los ojos a Dios para pedir que nos deje ver lo que en realidad está pasando y cuáles son los caminos reales mejores.
Cuando nos volvemos más sensibles a las voces que nos están hablando sin sonido audible, debemos discernir también si se trata de la voz de Dios, de nuestros propios deseos o de tentaciones del maligno.
Para buscar su voz, Santa Catalina Labouré dijo, “Si escuchas a Dios, Él también te hablará.... Él siempre te hablará si vas a él simple y sinceramente”. Dios nos habla especialmente en la oración cuándo la manejamos como una conversación con Él.
En la oración le damos gracias, lo alabamos, le pedimos cosas, pero también debemos escucharlo.
Él nos habla directo a nuestro corazón y con mociones que nos surgen imprevistamente.
Pero también nos habla de las cosas que nos suceden: un encuentro con una persona, unas palabras que oímos de otros, un cartel en la vía pública, algo que leemos, etc.
Esto que dijo Santa Teresita de Lisieux, “Sé y he experimentado que ‘el Reino de Dios está dentro de nosotros'’, y que nuestro Maestro no necesita libros ni un maestro para instruir a un alma. El Maestro de los maestros instruye sin palabras de sonido, y aunque nunca lo he escuchado hablar, sé que está dentro de mí, siempre guiándome e inspirándome.
Y justo cuando lo necesito, las luces, hasta entonces invisibles, se abalanzan sobre mí. Como regla general, no es durante la oración que sucede esto, sino en medio de mis deberes diarios”.
Y finalmente mirar el presente y confiar en el plan de Dios para nosotros. Y aquí viene el segundo prerrequisito, que es anclarse firmemente en el presente Tenemos la tendencia a idealizar el pasado y también nos sentimos ansiosos sobre el futuro.
Y muchas veces desestimamos el presente como un preludio antes de que llegue algo mejor.
“Casi todos los vicios tienen su origen en el futuro”, “La gratitud mira al pasado y el amor al presente; el miedo, la avaricia, la lujuria y la ambición miran hacia adelante”.
Entonces su punto es que una de las cosas más perjudiciales y comunes es abandonar el presente que Dios nos ha regalado por la distracción del futuro de fantasía que puede ser o no hacerse realidad perseguimos lo que no es real e ignoramos lo que tenemos.
En cambio, Dios desea que seamos creaturas del presente sin preocuparnos por el futuro.
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